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La continuación del periodismo, pero por otros medios.

Un molino con vistas al cosmos

¿Qué pensaba un molinero del siglo XVI sobre el mundo que habitaba? Jamás lo habríamos sabido si sus opiniones no hubieran sido lo bastante incendiarias como para que la Inquisición, que administraba el espíritu de su época, decidiera quemarlo vivo.

Domenico Scandela nació en Montereale, en el noreste de lo que es Italia, en 1532. Todos lo llamaban Menochio. Casado, humilde pero no pobre de solemnidad, tuvo 11 hijos, de los que cuatro habían muerto cuando fue juzgado en 1584. Según su testimonio, era «molinero, carpintero, aserrador y albañil, entre otras cosas», pero fue sobre todo molinero, y vestido como tal se presentó el día del juicio: un abrigo, una capa y un gorro de lana blancos.

Cuando todavía no hacía un siglo que se había inventado la imprenta, Menochio sabía leer y escribir y gastaba mucho de lo poco que ganaba en comprar libros. En 1581, llegó a ser alcalde de Montereale y alrededores. Pero el mismo obispo junto al que Menochio había administrado la iglesia local lo denunció ante el Santo Oficio el 28 de septiembre de 1583.

El queso y los gusanos

Gracias a los documentos de ese proceso, el historiador italiano Carlo Ginzburg pudo reconstruir en El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI, el pensamiento de Menochio y su contexto. «Veinte años después de celebrado el concilio de Trento, acabada la incertidumbre sobre lo que se podía y debía creer, […] Menochio seguía lucubrando cosas altas, oponiendo sus propias ideas en materia de fe a los decretos de la Iglesia», escribe.

El ex alcalde y paisano de confianza pasó a ser un enemigo público por la gracia de Dios. No faltaron los testimonios de sus vecinos para condenarlo por «herejía». «Yo le he oído decir que al principio este mundo no era nada y que fue batido como una espuma del agua del mar y se coaguló como un queso, del cual luego nació gran cantidad de gusanos y estos gusanos se convirtieron en hombres, de los cuales el más poderoso y sabio fue Dios», declaró uno.

El tribunal no creía que él solo pudiera pensar tan torcidametne. Y apuntando a los que transmitían las enseñanzas de la Reforma protestante, lo torturó buscando cómplices. Pero Menochio dijo seguramente la verdad: todo salía de su cabeza. En efecto, según Ginzburg, no fue tanto la letra impresa (Los Evangelios, Florilegio de la Biblia y Decamerón, entre otros libros), como el cortocircuito producido entre esos impresos y su bagaje de cultura oral el que produjo en la cabeza de Menochio esa explosión de materialismo poético y rural. Hoy, un centro social de Montereale lleva su nombre.

Menochio, que negaba que Dios hubiera creado el mundo, dudó también de que el cristianismo fuera esencialmente superior a las otras confesiones. «Creo que cada uno cree que su fe es la buena, pero no se sabe cuál es la buena. Como mi abuelo, mi padre y los míos han sido cristianos, yo quiero seguir siendo cristiano y creer que esta es la buena», declaró.

Quizá lo más inasumible de todo fuera, sin embargo, que siendo molinero, tuviera ideas propias. Algo impensable, no sólo para las élites que lo juzgaban, sino también para sus compañeros de escalafón: «Yo soy un zapatero, y tú un molinero, no eres un hombre educado, así que de qué sirve hablar sobre eso», le había dicho uno de los testigos que declaró en el juicio. El 6 de julio de 1601 murió en la hoguera.

Fuente: Público

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Noticia bomba: miedo en el frente

Los soldados llegaron al frente, llamados a morir bajo las bombas, con cascos de tela y cuero. Hasta un año después de comenzada la Primera Guerra Mundial, una de las experiencias más atroces de la historia universal, según la describiría años después Walter Benjamin, ningún ejército había conocido los cascos de acero. El francés fue el primero en usarlos, en 1915, rápidamente imitado por el británico. Más de ocho millones de europeos no regresaron de las trincheras.

El casco es sólo un ejemplo de la desorientación con la que aquella época afrontó la gigantesca transformación de la vida y de la guerra, casi siempre por medio de la muerte, que ella misma había puesto en marcha. Nada sorprende, pues, que el mismo Benjamin dijera de los que sí volvieron (en total habían sido movilizados unos 60 millones de hombres) que volvieron mudos. «Una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos se encontró indefensa en un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas y explosiones y corrientes destructoras estaba el mínimo, quebradizo cuerpo humano». Es verdad que no podía compararla todavía con la mudez de Hiroshima y Nagasaki.

Hubo, sin embargo, quien rompió a hablar, cuanto menos a escribir. Muchos no habían dejado de hacerlo ni siquiera en el frente. Las notas que tomaron durante el conflicto sólo al anuncio de Radio France, que quiso reunir las cartas escritas por los reclutas en campaña, respondieron unas 8.000 personas reflejan el deseo de conservar el hilo que los unía a sus seres queridos, más allá de las alambradas. «¡Mi cuaderno, mi querido cuaderno, lo más íntimo que tengo aquí!», escribía el violinista Maurice Maréchal, el miércoles 12 de agosto de 1914. La Gran Guerra había empezado doce días antes.

Congoja al raso

Al torrente de sangre y fuego, sucedió otro de palabras y tinta que generalizó una visión de la guerra hasta entonces cegada por la propaganda: la congoja del soldado raso. Esa es la gran noticia que Gabriel Chevallier, por poner un ejemplo de entre esos franceses que tuvieron que dejar los violines o las baguettes con las que se ganaban la vida, trajo del frente: «Le voy a decir la gran ocupación de la guerra, la única que cuenta: he tenido miedo», escribió en El miedo (Acantilado), cuya publicación tuvo que suspenderse cuando iba a iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

A veces, hizo falta la imaginación para describirlo. El mismo título eligió el italiano Federico de Roberto para su relato, el más crudo que dedicó a esa guerra, escrito en 1921, seis años antes de su muerte. La pérdida de una posición desde la que divisar el frente enemigo, el teniente Alfani obedece órdenes cuando va mandando soldados, de uno en uno, a intentar recuperarla. Los que lo intentan corriendo desde la trinchera, como los que lo intentan arrastrándose, uno tras otro, van cayendo por disparos austriacos.

El miedo (Gallo Nero) lleva al soldado Morana a negarse a ser el siguiente, reivindicando como propio ese escueto peso estadístico que envuelve la carne de cañón: quiere salvar su pellejo. «Los ojos extraviados, los labios morados decían que sí, que tenía miedo, mucho miedo, un miedo de locura, cuando ya no había que combatir en campo abierto, cuando la horrenda muerte estaba acurrucada allí arriba. Y la piedad, una piedad impotente, volvió a embargar el corazón del oficial ante aquel hombre al que, conforme a la ley de la guerra, tenía derecho a matar».
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Foto: Imagen de una trinchera francesa, publicada en La batalla del Somme’ (Ariel), de Martin Gilbert.

Fuente: Público

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Nunca hundido del todo

Una expedición busca a partir de hoy recrear con imágenes en 3D los restos del ‘Titanic’ desde el lugar donde naufragó hace casi 100 años

El capitán Warwick se sumergió gracias al regalo de un amigo. «Fue muy emocionante visitar los restos del naufragio y ver en persona lo que la mayoría sólo ha visto en imágenes. Yo era uno de los dos pasajeros del sumergible. El piloto se encargaba de todo así que yo no tenía ninguna responsabilidad.» Noventa años después de que el Titanic, en su viaje inaugural, se hundiera en medio del Atlántico, Warwick descendió 4.000 metros de profundidad en 2001: «Lo más conmovedor eran las ventanas: algunas estaban cerradas y en perfectas condiciones. Algunas tenían el cristal roto. Y otras estaban abiertas, ¿por qué? Aquella noche hacía mucho frío: ¿quizá alguien intentando escapar?»

«La inmersión fue sólo para verlo. No se tocó nada: ni del barco ni del fondo del mar», aclara Warwick por correo electrónico a Público desde Inglaterra. Sólo RMS Titanic, que descubrió los restos del transatlántico en 1985, puede hacerlo. Una jueza americana lo ha recordado recientemente al reconocerle el derecho de propiedad sobre los casi 5.000 objetos y pecios recuperados en las seis expediciones llevadas [a] cabo hasta hoy. La jueza, que ha valorado el tesoro en unos 135 millones de dólares, se ha dado un año para decidir cómo la empresa podría cobrarlos, puesto que no los puede vender. Hoy zarpa la séptima, en principio no para sacar a flote un último botón. Esta vez quieren la imagen: científicos y periodistas buscan reflotar «virtualmente» el Titanic.

Mostrar, no vender

«El carbón es lo único que sí se ha vendido y repartido por el mundo; lo demás se puede ver sólo en exposiciones», explica Jesús Ferreiro, presidente de Musealia, la empresa española que desde hace una década recorre Europa con Titanic: The Exhibition. En ella puede verse la última pieza de carbón que conservan, de unos 9 kilos, de los casi cien recuperados de la caldera número uno. El resto se vendió en trocitos del tamaño de una almendra, a 25 euros la pieza. La exposición, que llega a Pamplona el próximo 3 de septiembre, muestra además objetos, prendas y recuerdos, no rescatados del fondo del mar, sino donados por familiares de víctimas y algunos de los 706 supervivientes.

La séptima expedición de RMS Titanic, en colaboración con el Instiuto Oceanográfico Woods Hole (WHOI, en inglés) y que cubrirá en exclusiva el portal MSNBC.com, se podrá seguir en Facebook y Twitter. El objetivo es, gracias a sofisticados robots, escáneres, fotografías con ópticas de alta resolución y vídeos, reconstruir en 3D lo que queda de aquel poderoso transatlántico que no se podía hundir jamás y con el que se ahogaron 1.517 personas. «No hay ninguna razón para pensar que será la última», dice el capitán Warwick, hombre de mar desde los 15 años y cuyo interés por el Titanic emergió tras aquella inmersión de 2001, refiriéndose a esta nueva expedición.

Repetir lo irrepetible

«Es como una cápsula en el tiempo, que se puede investigar eternamente», según Solan Molony, periodista del Irish Daily Times y el colaborador más prolijo de la Enciclopedia Titánica, con más de 60 artículos. Warwick y Molony son dos de los 12 conferenciantes invitados al crucero que desde el 10 de abril de 2012 conmemorará el centenario del desastre, repitiendo el viaje. A falta de un año y medio, desde el Titanic Memorial Cruise (TMC) aseguran que ya han vendido el 85% de los 1.309 pasajes.

«La historia del Titanic es tan dramática que siempre formará parte de la Historia de la humanidad», dice el historiador sueco Claes-Göran Wetterholm, otro de los conferenciantes que participarán en ese viaje, aunque no lo completará. Sí ha completado, sin embargo, cuatro de las anteriores expediciones de RMS al lugar del hundimiento, entre 1993 y 1998. «La más memorable fue la de 1994, que duró seis semanas y en la que tuve la oportunidad de ver y tocar cientos y cientos de artefactos», recuerda, muchos de ellos conmovedores. «Las botellas de champán, que todavía tenían champán dentro», por ejemplo.

El Balmoral zarpará el mismo día, cien años después de que lo hiciera el Titanic. También desde Southam-tpon, el itinerario, la música y la comida, recrearan el viaje hasta su destino original, Nueva York. Sólo el clima, que durante todo el viaje de 1912 «estuvo despejado», «luciendo el sol cada día, y brillando las estrellas cada noche» , y el estado del mar, que fue «calmado», según el informe de la comisión de investigación del Senado americano de aquel año, no podrán ser previstos. «Los pasajeros serán invitados, durante un par de noches, a vestir de época», explica Tara Plumpley en nombre de TMC. Pagarán entre 3.350 y 5.995 libras esterlinas (entre 4.000 y 7.300 euros).

Ese informe del Senado, junto con la investigación que también abordó el gobierno británico, radiografía el momento en que lo imprevisto, la pura irrupción del accidente, destruyó la incomensurable seguridad con la que el Titanic atravesaba el océano. Poco antes, transcribe la respuesta que el operador del Titanic dio al recibir, por cuarta vez, la alerta de que atravesaban una zona de hielos: «Cállate. Estoy ocupado.»

La estupidez y la vanidad

Al menos tres de los avisos llegaron al capitán Smith, sin duda el mejor de entonces. «Al saber de la proximidad del hielo, el capitán tenía dos opciones: la primera, dirigirse hacia el sur en lugar de seguir su curso hacia el oeste; la segunda, reducir materialmente la velocidad. No tomó ninguna», recoge el informe británico.

Uno de los oficiales que sobrevivió, Charles H. Ligholler, preguntado por la comisión británica si no se planteó el peligro que presentaba esa zona de hielos, respondió: «No, consideré que lo distinguiría con suficiente claridad». A la velocidad que llevaba, de casi 22 nudos la hora, el Titanic dispuso de menos de 40 segundos para corregir el rumbo y evitar el choque. Ni la tripulación ni los pasajeros notaron el impacto, a las 23.40, pero los daños causados por el iceberg lo hundieron en poco más de dos horas.

«Mi tío nunca vaciló cuando le preguntaron e insistió en que se actuó debidamente», explica Arthur Corpley, psicólogo y sobrino-nieto de Ligholler, fascinado por su figura desde que vio A night to remeber en 1961: «Mi tío era uno de los personajes principales en la película», explica desde Adelaida, en Australia. «El Titanic es también un símbolo de la estupidez y la vanidad, de la hybris y de su castigo», resume. El restaurante Millvina Dean, en Cobn, al sur de Irlanda, se llama como la última superviente, que embarcó con 10 semanas de vida y murió, en 2008, con 97 años.

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Foto: El Comodoro (en Inglaterra, capitán que manda al menos tres buques) Ronald W. Warkick fotografió la proa del Titanic en 2001, casi noventa años después de su hundimiento el 14 de abril de 1912.

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El Espíritu, a los pies de los caballos

Hegel celebró la entrada triunfal de Napoleón en Jena en 1806
«Usted mismo puede hacerse una idea de la urgencia con la que le envié el manuscrito el miércoles y el viernes pasados. Ayer, con la puesta del sol, veía el fuego de los disparos de las tropas francesas desde Gempenbachtal y Winzerla. […]. Hoy, entre las ocho y las nueve [de la tarde] las primeras unidades francesas se han abierto paso en la ciudad, seguidos por las tropas regulares una hora después”.

El 13 de octubre de 1806, Georg W. F. Hegel, entonces profesor de Filosofía en la Universidad de Jena, escribió esta carta, “el día que los franceses ocuparon Jena y el emperador Napoleón atravesó sus muros”, según su propio encabezamiento. Las tropas de Bonaparte, tras esta batalla de Jena en la que el derrotado ejército de Federico III de Prusia puso la mayoría de los 50.000 muertos, tomarían Berlín. En sólo 19 días, Prusia fue apartada de las guerras napoleónicas durante siete años.
Era lunes y dos días antes, por fin, había terminado de enviar, camino del olimpo de la filosofía, el manuscrito de su Fenomenología del espíritu. “Ahora son las 11.00 [de la noche], en casa del comisario jefe Hellfeld, donde me alojo actualmente y desde donde vemos los batallones franceses alineados y las hogueras sobre el mercado. La madera la han cogido de los puestos de las carniceros, cubos de basura y demás”, escribe.

Primer fin de la Historia

Lejos de sentirse derrotado, las líneas que Hegel envió a Friedrich I Niethammer celebran la llegada de los hijos de la revolución francesa, y al representante del espíritu universal. “He visto al emperador –esta alma del mundo– saliendo de la ciudad en tareas de reconocimiento. Qué maravillosa sensación ver a este hombre, que, concentrado en este punto concreto y a caballo, se extiende por el mundo y lo domina. En cuanto a la suerte de los prusianos, no podría haber pronóstico mejor”.

Para él, que celebraba la Revolución francesa (esa “aurora de la razón sobre la tierra”) y tenía en mente, por encima de los hombres, la realización objetiva de la Historia, Napoleón representaba el nuevo mundo que nacía sobre las ruinas del Ancien Régime y su cabeza cortada como una col. “Hegel pensaba en Napoleón como el “conquistador” que, por la fuerza –y contra sus propias intenciones particulares– iba a convertir a Alemania en un Estado moderno”, resume Félix Duque en su Historia de la Filosofía Moderna. Otra cosa es la suerte que el individuo Hegel iba a correr.
El día de la bienvenida se siente seguro. A pesar, dice, de lo mucho que con ese manuscrito podía perder: “No dudo de que el correo circula libremente más allá de las líneas francesas”. Sus conocidos, además, tampoco han sufrido por entonces ningún daño. “¿Acaso soy el único?”, se pregunta. “Como yo ya hice ayer, ahora todos desean suerte al ejército francés; […] difícilmente la suerte les va a faltar”. Las tropas napoleónicas, sin embargo, acabaron saqueando su casa y él, huyendo.

Año y medio después, y gracias a su amigo Niethammer, flamante ministro de Educación y Cultura del nuevo Estado de Baviera, creado por Napoleón, Hegel consiguió un trabajo para mantenerse: periodista en el Bamberger Zeitung. Apenas estuvo unos meses como jornalero de la Historia, cuyo final había decretado en la batalla de Jena, aunque lo bastante como para tener que informar de las campañas napoleónicas en España. Desde entonces, el final de la historia ha producido tantas noticias como desmentidos.

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Diario de Cádiz al aparato

UN REPORTAJE ABIERTO SOBRE EL CASO CERRADO DE DOS CONDENADOS POR LA CARA

Blanca Ballester 19/08/2010.

Braulio García Jaén, periodista natural de Arcos de la Frontera, trabajó en el programa de radio Hoy por hoy de la cadena SER, empleo que dejó en diciembre de 2006 para dedicarse a la historia de dos marroquíes afincados en Cataluña, Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi, que, en 1991, fueron condenados por error tras una ola de violaciones. Uno de los verdaderos autores, muy parecido a Tommouhi, fue detenido en 1995; su cómplice todavía no ha sido identificado. Aun así, Mounib murió en la cárcel y Tommouhi, después de quince años preso, cumplió íntegra su condena. Un caso cuya impunidad continúa diez años después de que la justicia española admitiera haber cometido un error con los acusados.

El argumento de esta narración está sacado de sumario: los diálogos más increíbles, las manipulaciones más burdas, los párrafos más fantásticos de este libro son citas auténticas conseguidas por García Jaén tras tres años de investigación.

En 2007, Seix Barral y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida por Gabriel García Márquez y un jurado conformado por Joaquín Estefanía, Héctor Feliciano y Julio Villanueva Chang, otorgaron el Premio Crónicas de Periodismo al proyecto de este libro, cuya investigación sobre el proceso de escritura fue recogida en el blog http://www.ladoblehelice.com.

En julio de 2009, el ensayo se publicó en Argentina bajo el título Falsos testigos del porvenir, y en enero de 2010, en España, con otro título: Justicia Poética. El caso de dos condenados por la cara.

-¿Qué tiene de especial el caso de Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi que hace que lo deje todo para dedicarse a investigarlo?

-Este caso suponía todo un desafío profesional: se trata de dos condenados que todo el mundo que los conoce sabe que son inocentes, pero que uno murió en la cárcel tres años después de que el Tribunal Supremo reconociera el error, y el otro seguía cumpliendo condena (diez años después) cuando yo empecé a investigar el caso. El desafío práctico consistía en hallar nuevas pruebas que sirvieran para plantear una nueva revisión: en parte lo conseguí, porque se llegó a presentar un nuevo recurso de revisión, pero el Supremo volvió a decir que no. Así [que], en el fondo, fracasé. Luego hay un desafío teórico: el de un hombre que está más allá de toda justicia, es una situación inaceptable para un Estado de Derecho, y que sin embargo se está produciendo. El desafío consistía en pensar esa situación. No me corresponde a mí decir si lo logré o no.

-Ha recorrido muchos kilómetros visitando a implicados y los lugares de los crímenes, ¿qué trabas ha encontrado a la hora de hablar con fiscales, familiares, policías, víctimas…?

-La principal traba, el tiempo transcurrido: mucha gente había olvidado los detalles. Por lo general no tuve grandes problemas para hablar con quien quiso, salvo los magistrados que aparecen en la nota previa del libro: esos nunca respondieron. Tampoco hubieran aportado gran cosa: toda su ignorancia se reflejó en sus sentencias, que es el lugar donde los jueces hablan.

-¿Quiénes han sido los más reacios a hablar?

-Además de esos magistrados, como ya he dicho, las más reacias fueron las víctimas. Cosa, por otro lado, perfectamente comprensible, por las razones que todo el mundo puede imaginar: recordar en su caso resultaba siempre doloroso.

-¿Cómo surge la idea de crear el blog ladoblehelice como instrumento para ir contando sus avances en la investigación del caso?

-Surge porque quería compartir ese proceso, y como experimento: la transparencia (respecto de las fuentes, la documentación, etcétera) que ofrece Internet es imbatible. Y de no haber sido por el blog, probablemente me habría sido mucho más difícil construir la voz narrativa: porque los hechos que se denunciaban eran absolutamente increíbles. Las citas, las declaraciones, las contradicciones eran tan alucinantes que necesitaba un método para reforzar las evidencias. La compañía de los lectores además me ayudaba a quitarme esa impresión de voz que clama sola en el desierto, tan desagradable a veces y tan desalentadora..

-¿Ha recibido algún tipo de ayuda para su investigación de los lectores de ladoblehelice?

-Sí, el libro contiene muchos menos errores de los que contendría sin las correcciones de los lectores.

-¿Tenía conocimientos en Derecho antes de comenzar a seguir el caso?

-No, salvo los que me proporcionó un [podía tener como] lector al que le interesaba el Derecho. Había hecho algún trabajo académico en el que la filosofía del Derecho, sobre todo, era importante, pero nada más. Nunca estudié Derecho, ¡aunque me habría gustado!

-El caso de Mounib y Tommouhi tiene muchas similitudes con lo ocurrido al portuense Rafael Ricardi, ¿ha pensado hacer también alguna investigación al respecto?

-Sí, comparte muchísimas similitudes con el caso de Rafael Ricardi. De hecho, en algún momento me referí a él, aunque finalmente eliminé esas páginas. Lo descubrí cuando ya estaba muy avanzada la investigación del libro, y era demasiado complejo como para tratarlo superficialmente.

-¿Tiene ya algún nuevo proyecto en mente?

-Proyectos no faltan, lo que falta es el dinero para ponerlos en práctica.

-¿Seguiría el mismo esquema de ‘Justicia poética’? Creación de un blog, opiniones de los lectores, numerosa documentación, desplazamientos…

-Si algún día llega la posibilidad (es decir, el dinero) para embarcarme en otra historia, desde luego que seguiría ese mismo método (mejorándolo en lo que pudiera). No creo que se pueda hacer de otra manera, ni que merezca la pena.

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**Nota: La foto que se publicó en el periódico iba (mea culpa) sin firmar. La fotógrafa es  Carla García Fernández.

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La indestructible traductora de Byron

¿Puede la poesía salvar al hombre? Pocas veces una pregunta tan abstracta hallará un ejemplo tan concreto como el de Tatiana Gnedich, poeta y traductora rusa, por respuesta. Nacida en 1907, acusada de alta traición y condenada, siendo inocente, por un tribunal estalinista, ingresó en prisión a finales de la década de los cuarenta. Cuando regresó de Siberia nueve años después, traía la mejor traducción rusa del Don Juan de Byron (más de 30.000 versos) que se ha hecho nunca, según George Steinter. En su caso, el espíritu fue un hueso duro de roer.

Su traducción, de hecho, disparó el interés por el inacabado poema de Byron en Rusia (parte de cuyos cantos sitúan la acción en el reinado de la emperatriz Catalina II). La sátira de Byron, en la que es el arquetípico Don Juan el que es fácilmente seducido en los brazos de las mujeres, había sido traducida al menos en diez ocasiones. Pero ninguna le había dado el vuelo y el poderío que imprimió a la suya Gnedich, hija del gran traductor de la Ilíada, Nicolay Gnedich.

Fiel y hermosa

Tatiana Gnedich empezó su versión rítmica del poema, que se sabía de memoria, en los calabozos. El hombre encargado de interrogarla quedó tan impresionado al saber que había traducido de cabeza el primer canto entero, que cambió las condiciones de su encarcelamiento para que pudiera pasar los dos años siguientes en una celda de Leningrado (hoy San Petersburgo) en solitario. Le proporcionó un volumen del Don Juan, un diccionario de inglés-ruso, papel, tinta y un escritorio. Cuando la terminó fue enviada a un gulag de Siberia, donde estuvo internada hasta 1955.

A su regreso, ya bajo el régimen de Nikita Jruschov y con la ayuda de uno de sus antiguos alumnos, por entonces eminente académico, consiguió un editor para su traducción. Como no había dispuesto ni de los diccionarios adecuados, ni de ningún tipo de discusión ni comentario sobre su trabajo durante la reclusión, el texto necesitó una revisión cuidadosa por parte de sus editores. Una de ellas, Nina Diakonova, es la que luego ha contado su historia en uno de los capítulos de The Reception of Byron in Europe, de Richard A. Cardwell: «La traducción finalmente apareció en Leningrado en 1959. Su publicación se convirtió en una sensación. Salieron al menos diez ediciones del libro y ha acabado siendo el texto definitivo. Don Juan, tal y como lo volcó T. Gnedich, es ahora parte de la poética rusa y objeto de numerosos estudios».

Tatiana Gnedich, que dominaba el inglés y el francés, aunque nunca salió de Rusia, y que tradujo también versos de Shakespeare, murió en 1976. Para ella, «una traducción tenía que ser fiel como una esposa y hermosa como una amante».

El caso de Gnedich suele rescatarlo en ocasiones George Steiner para ilustrar algunas de sus conversaciones y conferencias, con historias, «porque contando historias es como uno intenta comprender», dice en La barbarie de la ignorancia, un libro de conversaciones con Antoine Spire. Ante Gnedich, concluye: «En primer lugar, que la mente humana es totalmente indestructible. En segundo lugar, que la poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible. En tercer lugar, que una traducción, incluso con la imperfección humana, traduce lo que traduce, lo cual es otra manera de decir que hay una relación entre lenguaje y realidad. Y en cuarto lugar, que debemos ser muy felices».

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De McOndo y Nocilla, o la literatura transversal

(Foto: David Puig)

Hay escritores que huyen de los efectos de su pasión, si es que la literatura es también inventar el nombre de las cosas. Cuando son ellos los etiquetados, disparan contra el apuntador. “La generación Nocilla es una etiqueta que puso el periodismo cultural para denominar a un grupo de escritores que ellos entienden que tienen algo en común. Vale.”, decía Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), autor de Nocilla Dream, Nocilla Experience y Nocilla Lab, antes de subirse a la mesa para hablar de su generación –«‘mutante’, puestos a poner nombres, me parece un nombre más apropiado”, matizó– y de la generación McOndo.

Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) [era el invitado en nombre] de aquella antología, McOndo, que reunió a 21 escritores hispanoamericanos bajo ese título atinado. La antología del chileno Alberto Fuguet incluyó a tres autores españoles (Ray Loriga, José Ángel Mañas y Martín Casariego), aunque poco o nada tuvieran que ver con la guerra que se libraba en el prólogo. El gran objetivo de McOndo era desmarcarse del boom latinoamericano y su realismo mágico. Ellos no vivían en Macondo ni en ninguna de sus provincias, sino en grandes urbes con autopistas, Macdonald’s y ordenadores. Lo consiguieron: nadie lee ya a Rodrigo Fresán, Jaime Bayly, Mario Mendoza o Leonardo Valencia, algunos de los antologados por Fuguet en 1996, esperando que los personajes vuelen, pero no mueran.

La etiqueta, sin embargo, parece perseguirlos eternamente y a veces los alcanza a no demasiada altura. En el primer piso del Centro Cultural de España en Montenvideo, por ejemplo, [una antigua ferretería de tres plantas y un sótano que mantiene un cierto diseño industrial en su interior, con las vigas y las columnas de hierro al aire, pero diáfano, cómodo y luminoso como un apartamento de Woody Allen, donde ayer terminó el Festival Eñe (aforo completo en la decena de actos a los que que este corresponsal asistió)]. “Más allá de lo que yo pueda hacer o dejar de hacer, uno se quedó con la cosa McOndo y eso me va acompañar para bien o para mal porque que fue una marca generacional”, dijo Paz Soldán.

Prosa y jerarquías

Mutante o nocillero, Fernández Mallo –”Nocilla no me gusta porque particulariza ese movimiento en torno a mis libros”– sí que se identifica en cambio con ese “grupo de escritores que en España estamos haciendo algo que antes no se venía haciendo”. ¿Y qué es lo que hacen Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta o el propio Mallo? “Una lectura transversal de lo que tenemos alrededor: tú lees un spot publicitario y lo pones al mismo nivel que una cita de la más alta cultura que te puedas imaginar [“de Ciorán, por ejemplo”, dirá luego en la charla] , y todo eso dialogando sin jerarquías dentro de tu obra. Por supuesto, a eso ha ayudado mucho Internet: porque Internet obliga a empezar a pensar así. Las jerarquías, aunque existan, parece que no existen”. Eso y una narración a menudo fragmentada.

A diferencia de Nocilla, en McOndo había sobre todo un enemigo, más que una estética común. “Yo creo que había como mucho un aire de familia, sobre todo la identificación con los nuevos medios en la vida cotidiana: que para algunos era el cómic, para otros la televisión o la computadora, aunque creo que Nocilla ha hecho mucho más con el imaginario de Internet, o de Google, ¿no?”, según Paz Soldán.

¿Es entonces Nocilla una actualización de ese imaginario? Fernández Mallo: “Si es una actualización y de qué, yo ahí ya no me meto.. Lo que sí puedo decirte que si Edmundo dice que hemos llegado más lejos, no es que hayamos llegado más lejos, es que han pasado quince años. Entonces, por necesidad cada uno narra con su presente. Ellos no podían narrar con Google porque no existía Google. Si hubiera existido, habrían hablado de ello”, explica el autor de Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, finalista del Premio Anagrama de ensayo.

La última novela de Paz Soldán, Los vivos y los muertos (Alfaguara, 2009), basada en un hecho real ocurrido en un “pueblito” de Estados Unidos en 1996, sitúa la acción sin embargo en 2006. “La moví diez años porque quería meterme con la cuestión de las redes sociales, que era algo con lo que yo me movía muy bien pero que si hubiera respetado el marco cronológico habría sonado algo prehistórico”, cuenta Soldán, que además de escritor es profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Cornell, Nueva York.

El libro electrónico

La pregunta siguiente, y aunque el Festival Eñe de Literatura no haya dedicado ninguno de su centenar largo de actos al libro electrónico, es si el e-book, más allá de los decisivos efectos que sobre la edición y distribución de libros está teniendo (los serios aprietos por los que pasa Barnes&Noble, la mayor cadena de librerías norteamericana, frente a la explosión del libro electrónico y que hemos conocido esta semanada desaconsejan pensar lo contrario), puede modificar también la forma de escribir, el hecho literario en sí. “Bueno, tal y como está ahora, que es un volcado de pdfs, no me va afectar en nada”, avanza Mallo, aunque añade: “Para mí, como creador y como lector me resultará muy interesante cuando esté plenamente desarrollado el poder introducir imágenes, vídeos, música, y que yo sea también el que haga toda esa orquesta”.

Emundo Paz Soldán: “Para mí estas tensiones que surgen cada tanto son muy antiguas. Pensemos por ejemplo, en Kafka. Un escritor [que] iba a publicar La transformación y se niega a que su editor incluyera una ilustración del insecto, [porque] para él era algo que había que dejar a la imaginación del lector. Esas tensiones viven momentos de intensificación, como puede ser ahora. Pero igual que habrá escritores que se abran a las posibilidades del libro electrónico, en una novela como El Código da Vinci, por poner un ejemplo de super bestsellers, y con un simple click tengas a la Mona Lisa, o a la historia de los masones; pero habrá otros también que se cierren, y que busquen mantener su escritura en lo estrictamente literario. Y ninguno de los dos caminos me parece que tenga que ser el camino correcto”.

Fuente: Público

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La lámpara de la experiencia de Ricardo Piglia

El argentino Ricardo Piglia, ayer, en Montevideo.
(Foto: David Puig)
 
MONTEVIDEO.- «Siempre hay un elemento autobiográfico en lo que yo escribo, aunque no se note después». Ricardo Piglia publica una novela 13 años después, y en el Festival Eñe de Montevideo, la ciudad en la que murieron el Malito y sus compinches, protagonistas de su anterior Plata Quemada, desveló cuál es esa pincelada autobiográfica en este Blanco Nocturno: «El personaje de Luca es un primo que yo quería muchísimo, que tenía una fábrica en la que me hacía unos juguetes lindísimos. Empezó a tener problemas con su familia, con la sociedad anónima. Y tuvo lo que podríamos llamar un punto de fuga psicótico, y se quedó encerrado en esa fábrica, no se quiso irse de allí».

Blanco Nocturno, que aparecerá en septiembre en Anagrama, no es un relato familiar. Tampoco es sólo una novela policiaca, aunque algo de ambas cosas tiene: «Lo que más me interesa es el relato como investigación. Una novela que surge a partir de algo que no se acaba de saber qué es y hay que tratar de reconstruirlo: puede ser un crimen o no. Ese tipo de estructura narrativa me interesa muchísimo.»

El misterio de Blanco Nocturno sí es un crimen, el de Tony Durán, un puertorriqueño de Nueva York que vive en Argentina, aunque lo deslumbrante, en efecto, es la reconstrucción del crimen. Las gemelas Belladona, con las que Durán había triangulado sexualmente antes de que lo asesinaran, el pueblo de la Pampa húmeda donde el aire se enrareció un día sin aparente motivo, las investigaciones del periodista Emilio Renzi y el propio Luca Belladona, que vive encerrado en una fábrica fantasmal y es el que mueve la historia.

«Es cierto que se sienten protagonistas de una trama familiar que por momentos viven de un modo excesivo», explica Piglia sobre la desesperada búsqueda del trauma que en ocasiones parece que devora a los personajes más allá del trauma mismo.

Ricardo Piglia aborda la literatura reflexivamente (es profesor y crítico literario) y desde la creación (como novelista). «En mi primera época eso funcionó como un conflicto. Pero en un momento dado empecé a unirlo; mis ensayos son pequeños relatos en sí mismos. Y en las novelas siempre aparecen algún elemento de reflexión. Y me parece, que parte de lo interesante de la literatura actual está por ahí», explica. [Blanco Nocturno es la primera novela que publicará orginalmente Anagrama, en cuyo catálogo están recogidas también, además de Plata Quemada (Premio Plantea Argentina, 1997), las dos primeras: Respiración artificial y La ciudad ausente.]

Piglia ha preferido trabajar una vez más sobre el pasado. En un primer momento, situó la acción durante la Guerra de las Malvinas. «Pero a medida que avancé me pareció un poco demagógico. Me pareció que le estaba poniendo un gancho, pero que desde el punto de vista de la trama no era el centro. Era como escribir una novela que sucede el día que mataron a Kennedy». [Blanco Nocturno transcurre a principios de la década de los setenta. “Es verdad tambíén que una cierta distancia ayuda a ver más nítidamente el elemento ficcional. Una cierta distancia, no demasiada, ése era el consejo de Borges”.]

Y como todas sus novelas, esta también es una investigación sobre la posibilidad de una verdadera experiencia, en un tiempo en el que todo nace para ser interpretado. «Yo tengo la sensación de que cada vez más recordamos experiencias que no hemos vivido como si fueran reales. La primera vez que fui a Nueva York tuve la sensación de que ya había estado en esa ciudad: había visto muchas películas. Las experiencias también están muy influidas por cuestiones que no son referencias personales», explica. «La experiencia es una lámpara tenue que sólo ilumina a quien la sostiene», dice la cita de Céline que introduce la novela. Piglia parece confiar sobre todo en la literatura para alumbrarse.

Fuente: Público

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