[Cuaderno de notas III]
[849] A mediodía, me ha contactado una ex colega que trabaja ahora en la tele: sus compañeros quieren hablar con españoles que viven en París y quería saber si podía darles mi contacto: «que nos puedan hablar de cómo se está viviendo el casi estado de sitio».
–No, paso de periodistas inventándose movidas. 🙂
–Jajjajaja, pues menos mal que te he preguntado.
–No habría pasado nada, pero no voy a hablar.
–Ok. ¿Por lo demás todo bien? –Sí, muy bien.
–Te mando un beso muy fuerte.
–Muaks!
Enseguida han llegado las mujeres de la limpieza, que como cada viernes me desalojan de casa a mitad de mañana. A mediodía esta vez. Así que he decidido bajar al centro: a visitar un par de librerías, comprarme recambios para los bolígrafos y un cuaderno azul. Mañana vuelvo al cole.
La ciudad sitiada, pensaba en el bus. Mirando a la chica que iba sentada enfrente, con su gorro blanco de lana y sus dos pompones colgando de desde las orejas, a la altura del pecho. Ha hecho más frío estos días atrás. Me he bajado en el cruce de los bulevares Saint Michel y Saint Germain. En la librería canadiense que hay escondida entre ese cruce y la rue Saint Jacques, la chica me ha invitado a un café o té. Me ha ofrecido maple syrup para añadirle al café. What? Sirop d’érable? Tampoco. Sirop de quoi? Y resulta que hablaba español también, pero en español no sabía cómo traducir maple. «El árbol de la hoja de la bandera de Canadá». Hmmmm. Nunca me he fijado, así que he salido a la calle a mirar en la bandera canadiense que hay junto a la entrada. Me ha parecido una hoja de vid, pero ni idea. Al final el diccionario nos ha sacado de dudas: arce. Es típico de Canadá, aunque también se toma en Virginia y otros estados americanos. Muy dulce y convierte el café, literalmente, en un jarabe.
La versión de Being Mortal no llegará hasta el verano. Hasta pronto. Para ir a la Shakespeare desde ahí, hay que pasar por la que quizá sea la calle más turística de París, que es decir mucho. Había gente, pero por primera vez me ha parecido que sí, que menos que otros días. Es decir: 40 ó 50 peatones hasta cruzar Saint Jacques. En la Shakespeare había sólo dos japoneses fotografiando la estantería de segunda mano que hay junto a la entrada. Y un grupo de cinco americanos con cámaras digitales en mano, grabando con cierta puesta en escena. Dentro habría no más de 30 clientes. [He bostezado] Pocos para ser viernes a mediodía. ¿La ciudad sitiada? Y ahí he tenido la idea: me voy a comprar los recambios al Muji del Marais y de paso me como un falafel.
Delante de Nôtre-Dame he visto a los únicos soldados en toda la mañana: en París se ven a menudo, cualquier otro día, al menos desde que yo me vine a vivir aquí por primera vez: llegué en julio de 2001. La noche del 11 de Septiembre, los recuerdo en el metro de vuelta a casa. En el Pompidou casi siempre hay y en las estaciones de tren, como la Gare de l’Est y du Nord, que son las mías, es la norma. Es el plan Vigipirate.
Cruzando el puente que une Notre-Dame con el Hotel de Ville, mirado a un lado y al otro, desde donde se ve la pequeña Ile de Saint-Louis y el Sena rodeando la Ile de la Cité también, con los puentes, el cielo, el Palais de Justice a lo lejos, siempre pienso lo mismo: este es el punto más arrebatadoramente hermoso de París. 360º. Delante del Hotel de Ville cuelgan dos banderolas. «Paris est Charlie» y «Nous sommes Charlie». ¿Quién es quién, entonces? Ni siquiera en días así, París (lo que quiera que eso sea) puede ya dejar de mirarse en el espejo. ‘Paris’ y ‘nous’, vale. Me jode un poco que la alcaldesa sea de Cádiz, la verdad. La pista de patinaje sobre hielo de las navidades sigue abierta.
Las calles del Marais estaban mojadas, porque algo ha llovido esta mañana. Pero como no hacía mucho frío, era agradable pasear por ellas. El Marais es, junto con la Contrescarpe del Latino, el barrio menos haussmaniano de París. Las calles son estrechas, cortas y enrevesadas, así que siempre llego un poco al tuntún a los sitios. Es, más o menos, el barrio judío. He ido directamente (contradicción) a l’As del Falafel, porque siendo la una y media del viernes, estaba seguro abierto. [Según escribo, el sonido de las sirenas giran de un lado para otro, como la luz de la linterna al comienzo de Animal Farm. Es un sonido habitual en París, aunque hoy por primera vez me parece un sonido desconcertado]. Estaba abierto, sí. Los simpáticos kamaki [gracias Matías] que cobran y te dan el ticket mientras haces la cola, se veían hoy crispados desde lejos, casi tanto como el peinado de la señora a la que luego he oído que le estaba explicando lo de la toma de rehenes: lo que quieren es que suelten a los otros, ¿si no para qué? No he entendido bien quién eran los otros. Al salir de casa sólo había una prise d’otage: la del noreste, a 40 kilómetros de la Gare l’Est, a las afueras de París. He mirado twitter en el móvil: en el primer tweet Porte de Vincennes estaba mal escrito, así que no estaba seguro de si era en la Porte de Vincennes, en el distrito 12, a las puertas de la ciudad. Entonces, aprovechando que el más joven y flaco, con su kipa, me ha venido a preguntar lo que quería: un falafel, he aprovechado para preguntarle. ¿Están en la Porte de Vincennes-Vincennes? «Eh, oui». Glups. Una señora americana de unos cincuenta años, que estaba delante de mí, también parecía sorprendida. Yo vivo en République, me ha dicho en inglés. Pues sí, están en la Porte de Vincennes, he intentando aclararle. Hey, boy, ha añadido.
Me han dado mi falafel y he callejeado hasta Muji, buscando los recambios de los bolígrafos. Por el móvil me he enterado más o menos que el que ayer no tenía nada que ver con los atentados, hoy ha tomado un supermercado kosher, aunque por la calle también se oía que era [….]. The Guardian ahora mismo [16:46] sólo confirma un supermercado, junto a la Porte de Vincennes. Le Monde dice que los disparos en el supermercado han empezado a las 13h. Anyway, delante de Muji, terminándome el falafel antes de entrar –se me ha caído un trozo de berenjena; iba a darle una patada, pero se ha acercado cabeceando una paloma a toda hostia, y se lo he dejado– me he fijado en el restaurante de la esquina de enfrente. Le Voltigeur. La clase de Luca de este año en la guardería se llama así, pero en plural, Les Voltigeurs. He entrado, he pillado los dos recambios y he salido. Luego he caminado dibujando un círculo porque quería volver a la calle donde está el As, porque me acordaba de que en esa calle está también la tienda de El Ganso del Marais. Un señor con kipa preguntaba por los niños, que si los habían liberado, dónde estaban ahora. Buscando en el bolso los bolis para ponerle el recambio, removiéndolo como si estuviera amasando, he sacado una cuchilla de afeitar, de las que me dejaba olvidadas en casa de mi madre estas navidaes y metí a última hora antes de subirme al coche. Me ha parecido un buen momento para tirarla a la papelera, que en París la mayoría son ya un aro del que cuelga una bolsa de plástico transparente –en los atentados del 95, creo que usaron las papeleras para esconder las bombas. Al tirarla me he dado cuenta que me había cortado la yema del dedo corazón.
Un par o tres de puertas antes me he fijado en una tienda que había puesto un papelito en el escaparate: esta tienda hoy excepcionalmente está cerrada. La imagen empujando la puerta de El Ganso, era un poco patética: el dedo liado en una servilleta de papel color calabaza. Le he preguntado a la chica por el abrigo y me ha dicho que iba a buscármelo su compañero. Ella ha echado la llave por dentro. ¿Es un día complicado, no? Sí, acaba de pasar la policía y nos ha dicho que teníamos que cerrar. Glups. Pues si tenéis prisa tampoco hace falta que busquéis el abrigo, eh, puedo volver otro día. No hay prisa. Vale. Al final el abrigo no ha aparecido, pero sí el chico: da miedo toda esta historia, la verdad. Pues sí. La chica ha encontrado otra tienda en París que lo tienen, y que estará abierta esta tarde. Gracias. He salido a la calle y el As ya estaba cerrado. De un turismo estaban bajando policías vestido de civil, un par de metralletas apuntando al suelo; las tres calles del cruce estaban siendo tomadas por la policía y vaciándose de gente. Los comerciantes estaban fumando delante de sus negocios, con las persianas a la mitad. [Me ha parecido el momento de volver a casa]
He ido a pie a buscar el bulevar Strasbourg: junto al Pompidou, que estaba desierto, había un par de coches negros, un mercedes y no sé el otro, aparcados en la zona peatonal. En una de las esquinas antes de llegar a casa, había tres secretas con la cremallera del plumas subida hasta la garganta. Me he comprado mi cuaderno azul unióneuropea, que para eso va a servir. He recogido a Luca, nos hemos comprado tres pains au chocolat y leche fresca. Acaba de llegar su madre. Vamos a bajar al jardín.
Filed under: Uncategorized
Últimos comentarios