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La continuación del periodismo, pero por otros medios.

Ciutat morta

Ayer vi, por fin, ‘Ciutat Morta’, un documental que deberían ver todos los barceloneses con derecho al voto en las próximas municipales. No lo vi en la versión que al parecer emitió TV3 el sábado. Yo vi una que incluía la intervención del periodista de La Directa, Jesús Rodríguez. He leído que TV3 lo censuró por orden de un juez. Me parece esperanzador. A los censores hay que reconocerles buen ojo, porque es el fragmento, informativamente hablando, más demoledor. Por el hombre del que se ocupa, el jefe de información de la Guardia Urbana de Barcelona, Víctor Gibanel, y por el vídeo del interrogatorio que al tal Gibanel lo somete un juez de instrucción, cuyo nombre creo que no aparece citado, y que le sirve a Rodríguez para hilvanar su intervención. Por cierto, ese juez y sus formas resultan tan inquietantes como la instructora del caso 4F, y no sólo porque [a ella] no la veamos en el documental, aunque sí sabemos su nombre, Carmen García Martínez, sino por el aire de encerrona mafiosa [que el interrogatorio también tiene]. Por ese vídeo, por tanto, pero también por lo que nos enteramos que ocurrió con él: ningún medio catalán lo emitió en su momento, así que visto ahora condensa lo mejorcito de Barcelona: la mafia (con sus aliños de clase) y la omertà. Aquí más información sobre la denuncia del señor Gibel contra el periodista y el fragmento censurado.

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Expiaciones (I): el violador García Carbonell y el cronista de La Vanguardia

Cuando me decidí por Justicia poética como título para la edición española del libro que había salido primero en Argentina, lo hice a pesar de que había algo que no me gustaba del todo: la familiaridad de la expresión amenazaba con imponer el sentido que menos me interesaba. Justicia poética es un intento de nombrar la confusión que ha dado lugar a esta historia. Que la ha producido, exactamente.

Para el caso, la cobertura periodística de la excarcelación del violador Antonio García Carbonell en 2013 y su nueva detención la semana pasada, dejan claro que la interpretación del título sigue afianzándose, socialmente, en el sentido que menos me interesaba. Es como si la realidad, o su gabinete de prensa, se empeñaran en llevarme la contraria.

Pero dado que no puede haber ninguna conspiración en marcha, para empezar por la propia insignificancia del objeto de dicha conspiración (servidor de ustedes), me temo que, contra lo que pueda parecer, el sentido que yo quería imprimirle al título se revela cada vez más acertado. Que cada vez sea más difícil apreciarlo, muestra hasta qué punto ese sentido se confunde ya con el aire que respiramos. Los peces no distinguen el agua en la que nadan.

La realidad tampoco deja ver sus títulos de crédito, porque son indistinguibles del argumento de la obra, así que más vale explicitar la confusión. La justicia poética, que técnicamente consiste en sustituir «la valoración de la prueba por la construcción de un relato»,  socialmente no persigue tanto el delito, como la sensación de impunidad. Es decir, el hecho de que los que están entre rejas –o entre líneas– sean de verdad culpables tiene una importancia cada vez más relativa: lo realmente importante es que la puesta en escena funcione. Eso sí, a falta de realidad en la justicia, tampoco puede haber justicia en la realidad. Lo cual no debe alarmar a nadie. De hecho, nos tranquiliza, porque da un barniz de sentido al caos.

Me centraré en tres ejemplos de tranquilizante: hoy me ocuparé de un artículo en La Vanguardia tras la excarcelación de García Carbonell en octubre de 2013; mañana o el jueves, de la reciente detención de García Carbonell, acusado esta vez de la muerte de una anciana en febrero de 2014 en Cabanes (Girona); por último pero no menos importante, un error decisivo que quizá yo llevo cometiendo desde hace una década. El viernes espero saber si me he equivocado o no; lo explicaré en su momento y no es ningún recurso de suspense: es que dado que voy a seguir metiendo el dedo en el ojo de los demás, vaya por delante que también veo la viga en el mío. No para equilibrar la balanza, sino para que se vea que es un problema común.

El 26 de octubre de 2013,  La Vanguardia publicó dos páginas con una crónica conmovedora de Domingo Marchena titulada La confesión. (Aclaro que ya había empezado a escribir esta entrada antes de saber que sale mi nombre en una de las páginas que Marchena escribe en ese periódico hoy; un amigo me la acaba de enviar por mail). Marchena es, por decirlo rápido, el periodista que en 1991 adelantó la noticia de la detención de Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib como presuntos autores de la ola de violaciones que golpeaba por entonces las tres provincias catalanas que dan al mar.

El descubrimiento, años después, del error policial, periodístico y judicial cometido contra los dos ciudadanos marroquíes, cuyas caras fueron confundidas por las víctimas, llevó a Marchena a ocuparse intensa y extensamente del asunto. [Uno de los verdaderos violadores es García Carbonell, muy parecido físicamente a Tommouhi] Muchas de las primeras y más importantes páginas escritas para denunciar el error y la tragedia que le siguió (Mounib murió en la cárcel y Tommouhi cumplió íntegra la condena, pues sólo se pudo analizar el ADN en uno de los casos por los que estaba condenado), las escribió Marchena. Me consta que el caso le afectó personalmente: es decir, que durante los años que ejercía de reportero, se implicó emocionalmente.

Cuando le escribí porque quería entrevistarlo para el libro me contestó: «Ahora no», como diciendo, ahora para qué, si Mounib está muerto y Tommouhi en la calle. ¡Para qué! Es decir, la respuesta de un familiar, de un amigo, de un abogado incluso, pero no la de un periodista. Entiéndaseme: no es un reproche, a mí me pasa lo mismo. Me pasará lo mismo cuando, yo qué sé, dentro de cinco o diez años me venga un becario como yo preguntándome por el caso.

He escrito «conmovedora» porque esa fue la palabra que usó un amigo de la familia de Mounib, cuando el año pasado nos vimos aquí en París, aprovechando que él estaba de viaje de trabajo en la ciudad. Pero lo mejor es que la lean ustedes mismos. Este fragmento (Marchena es «el cronista»):

El cronista visitó varias veces a Mounib. En prisión, con Toummouhi, y en el pabellón penitenciariodel hospital de Terrassa, cuando su salud empezó a resquebrajarse. En el 2000, cuando el recluso de la celda 127 murió de un infarto, acompañó a su familia al tanatorio y en el velatorio. Unos días antes, el cronista le preguntó por qué aquella tarde de 1996 le llamó precisamente a él.

–¿No te acuerdas, verdad?

–¿De qué?

–Tú fuiste uno de los dos periodistas que publicaron mi foto antes de que me llevaran a la rueda de identificación.

Entonces se hizo la luz. Página 22 de La Vanguardia, 16 de noviembre de 1991: “Detenidos dos falsos policías acusados de cometer al menos 13 violaciones en diez día”. Y, sí, la foto. Mejor no pregunten cómo la conseguí. En otros países, como en Francia, un periodista podría haber acabado en el juzgado por algo así. Aquí ya se sabe que muchas actuaciones son secretas sólo de boquilla, sobre todo si los encausados son marroquíes y pobres. A pesar de que Mounib estaba en su derecho, jamás hizo reproche alguno. Intenté pedirle perdón en mil ocasiones y todavía hoy se me nubla la vista cuando recuerdo sus respuestas. “Tú no me tienes que pedir perdón, hermano. Al contrario, soy yo quien te da las gracias y le ruega a Dios que ponga flores de azahar en tu camino”.

Todos los periodistas, absolutamente todos, cargan con una mochila. Algunos con muchas piedras. Otros con menos. Dos de las piedras más pesadas que cargo yo, pero no las únicas, tienen nombre y apellidos. Abderrazak Mounib y Ahmed Toummouhi.

La crónica, sin embargo, tiene un grave problema fáctico: lo que Mounib dice en ella no es cierto y por tanto, la confesión no viene a cuento, porque no hay lugar a la culpa. No al menos a la culpa que Marchena identifica tan concretamente: su periódico publicó la foto de Mounib el 16 de noviembre de 1991. Es decir, dos días después de que Mounib hubiera pasado la primera y más importante rueda de reconocimiento de este caso, que tuvo lugar en los sótanos del Palacio de Justicia de Barcelona, el 14 de noviembre de 1991, y donde fue señalado por las víctimas.

Los errores que los periodistas hemos cometido en este caso son muchos e importantes. Algunos decisivos. Pero ese del que se autoinculpa Marchena no es uno de ellos. El más grave error, sin embargo, lo seguimos cometiendo todos los días: entre la realidad y una historia conmovedora, siempre elegimos la conmoción.

(Me abstengo de comentar lo de «mejor no pregunten cómo la conseguí» la foto, porque eso es más conmovedor aún.)

Dado que ésa es, muy exactamente, la lógica que llevó a la cárcel a Mounib y Tommouhi, me he permitido esta nota a pie de página. Si sirve para aligerar la mochila de Marchena, tanto mejor.

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García Carbonell, detenido

«Los Mossos d’Esquadra ha detenido a dos hombres como los presuntos autores de la muerte de una mujer de 75 años en la población de Cabanes (Girona) en febrero de 2014. Uno de los detenidos es Antonio García Carbonell, excarcelado en octubre de 2013 [a raíz de la derogación [de la retroactividad de]]* la doctrina Parot después de pasar 18 años en prisión por varios delitos de agresión sexual», según El Mundo.

La noticia en El Mundo.

La noticia en El Periódico.

*La cita original decía que García Carbonell había sido excarcelado «por» la doctrina Parot, cuando no es así. Iván Vila me hizo reparar anoche en el error. De paso, me acordé de que ni siquiera había puesto las comillas. Las dos frases están sacadas del arranque de la noticia de El Mundo. Siento los errores.

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Notas de paseo por París

[Cuaderno de notas III]

[849] A mediodía, me ha contactado una ex colega que trabaja ahora en la tele: sus compañeros quieren hablar con españoles que viven en París y quería saber si podía darles mi contacto: «que nos puedan hablar de cómo se está viviendo el casi estado de sitio».

–No, paso de periodistas inventándose movidas. 🙂

–Jajjajaja, pues menos mal que te he preguntado.

–No habría pasado nada, pero no voy a hablar.

–Ok. ¿Por lo demás todo bien? –Sí, muy bien.

–Te mando un beso muy fuerte.

–Muaks!

Enseguida han llegado las mujeres de la limpieza, que como cada viernes me desalojan de casa a mitad de mañana. A mediodía esta vez. Así que he decidido bajar al centro: a visitar un par de librerías, comprarme recambios para los bolígrafos y un cuaderno azul. Mañana vuelvo al cole.

La ciudad sitiada, pensaba en el bus. Mirando a la chica que iba sentada enfrente, con su gorro blanco de lana y sus dos pompones colgando de desde las orejas, a la altura del pecho. Ha hecho más frío estos días atrás. Me he bajado en el cruce de los bulevares Saint Michel y Saint Germain. En la librería canadiense que hay escondida entre ese cruce y la rue Saint Jacques, la chica me ha invitado a un café o té. Me ha ofrecido maple syrup para añadirle al café. What? Sirop d’érable? Tampoco. Sirop de quoi? Y resulta que hablaba español también, pero en español no sabía cómo traducir maple. «El árbol de la hoja de la bandera de Canadá». Hmmmm. Nunca me he fijado, así que he salido a la calle a mirar en la bandera canadiense que hay junto a la entrada. Me ha parecido una hoja de vid, pero ni idea. Al final el diccionario nos ha sacado de dudas: arce. Es típico de Canadá, aunque también se toma en Virginia y otros estados americanos. Muy dulce y convierte el café, literalmente, en un jarabe.

La versión de Being Mortal no llegará hasta el verano. Hasta pronto. Para ir a la Shakespeare desde ahí, hay que pasar por la que quizá sea la calle más turística de París, que es decir mucho. Había gente, pero por primera vez me ha parecido que sí, que menos que otros días. Es decir: 40 ó 50 peatones hasta cruzar Saint Jacques. En la Shakespeare había sólo dos japoneses fotografiando la estantería de segunda mano que hay junto a la entrada. Y un grupo de cinco americanos con cámaras digitales en mano, grabando con cierta puesta en escena. Dentro habría no más de 30 clientes. [He bostezado] Pocos para ser viernes a mediodía. ¿La ciudad sitiada? Y ahí he tenido la idea: me voy a comprar los recambios al Muji del Marais y de paso me como un falafel.

Delante de Nôtre-Dame he visto a los únicos soldados en toda la mañana: en París se ven a menudo, cualquier otro día, al menos desde que yo me vine a vivir aquí por primera vez: llegué en julio de 2001. La noche del 11 de Septiembre, los recuerdo en el metro de vuelta a casa. En el Pompidou casi siempre hay y en las estaciones de tren, como la Gare de l’Est y du Nord, que son las mías, es la norma. Es el plan Vigipirate.

Cruzando el puente que une Notre-Dame con el Hotel de Ville, mirado a un lado y al otro, desde donde se ve la pequeña Ile de Saint-Louis y el Sena rodeando la Ile de la Cité también, con los puentes, el cielo, el Palais de Justice a lo lejos, siempre pienso lo mismo: este es el punto más arrebatadoramente hermoso de París. 360º. Delante del Hotel de Ville cuelgan dos banderolas. «Paris est Charlie» y «Nous sommes Charlie». ¿Quién es quién, entonces? Ni siquiera en días así, París (lo que quiera que eso sea) puede ya dejar de mirarse en el espejo. ‘Paris’ y ‘nous’, vale. Me jode un poco que la alcaldesa sea de Cádiz, la verdad. La pista de patinaje sobre hielo de las navidades sigue abierta.

Las calles del Marais estaban mojadas, porque algo ha llovido esta mañana. Pero como no hacía mucho frío, era agradable pasear por ellas. El Marais es, junto con la Contrescarpe del Latino, el barrio menos haussmaniano de París. Las calles son estrechas, cortas y enrevesadas, así que siempre llego un poco al tuntún a los sitios. Es, más o menos, el barrio judío. He ido directamente (contradicción) a l’As del Falafel, porque siendo la una y media del viernes, estaba seguro abierto. [Según escribo, el sonido de las sirenas giran de un lado para otro, como la luz de la linterna al comienzo de Animal Farm. Es un sonido habitual en París, aunque hoy por primera vez me parece un sonido desconcertado]. Estaba abierto, sí. Los simpáticos kamaki [gracias Matías] que cobran y te dan el ticket mientras haces la cola, se veían hoy crispados desde lejos, casi tanto como el peinado de la señora a la que luego he oído que le estaba explicando lo de la toma de rehenes: lo que quieren es que suelten a los otros, ¿si no para qué? No he entendido bien quién eran los otros. Al salir de casa sólo había una prise d’otage: la del noreste, a 40 kilómetros de la Gare l’Est, a las afueras de París. He mirado twitter en el móvil: en el primer tweet Porte de Vincennes estaba mal escrito, así que no estaba seguro de si era en la Porte de Vincennes, en el distrito 12, a las puertas de la ciudad. Entonces, aprovechando que el más joven y flaco, con su kipa, me ha venido a preguntar lo que quería: un falafel, he aprovechado para preguntarle. ¿Están en la Porte de Vincennes-Vincennes? «Eh, oui». Glups. Una señora americana de unos cincuenta años, que estaba delante de mí, también parecía sorprendida. Yo vivo en République, me ha dicho en inglés. Pues sí, están en la Porte de Vincennes, he intentando aclararle. Hey, boy, ha añadido.

Me han dado mi falafel y he callejeado hasta Muji, buscando los recambios de los bolígrafos. Por el móvil me he enterado más o menos que el que ayer no tenía nada que ver con los atentados, hoy ha tomado un supermercado kosher, aunque por la calle también se oía que era [….]. The Guardian ahora mismo [16:46] sólo confirma un supermercado, junto a la Porte de Vincennes. Le Monde dice que los disparos en el supermercado han empezado a las 13h. Anyway, delante de Muji, terminándome el falafel antes de entrar –se me ha caído un trozo de berenjena; iba a darle una patada, pero se ha acercado cabeceando una paloma a toda hostia, y se lo he dejado– me he fijado en el restaurante de la esquina de enfrente. Le Voltigeur. La clase de Luca de este año en la guardería se llama así, pero en plural, Les Voltigeurs. He entrado, he pillado los dos recambios y he salido. Luego he caminado dibujando un círculo porque quería volver a la calle donde está el As, porque me acordaba de que en esa calle está también la tienda de El Ganso del Marais. Un señor con kipa preguntaba por los niños, que si los habían liberado, dónde estaban ahora. Buscando en el bolso los bolis para ponerle el recambio, removiéndolo como si estuviera amasando, he sacado una cuchilla de afeitar, de las que me dejaba olvidadas en casa de mi madre estas navidaes y metí a última hora antes de subirme al coche. Me ha parecido un buen momento para tirarla a la papelera, que en París la mayoría son ya un aro del que cuelga una bolsa de plástico transparente –en los atentados del 95, creo que usaron las papeleras para esconder las bombas. Al tirarla me he dado cuenta que me había cortado la yema del dedo corazón.

Un par o tres de puertas antes me he fijado en una tienda que había puesto un papelito en el escaparate: esta tienda hoy excepcionalmente está cerrada. La imagen empujando la puerta de El Ganso, era un poco patética: el dedo liado en una servilleta de papel color calabaza. Le he preguntado a la chica por el abrigo y me ha dicho que iba a buscármelo su compañero. Ella ha echado la llave por dentro. ¿Es un día complicado, no? Sí, acaba de pasar la policía y nos ha dicho que teníamos que cerrar. Glups. Pues si tenéis prisa tampoco hace falta que busquéis el abrigo, eh, puedo volver otro día. No hay prisa. Vale. Al final el abrigo no ha aparecido, pero sí el chico: da miedo toda esta historia, la verdad. Pues sí. La chica ha encontrado otra tienda en París que lo tienen, y que estará abierta esta tarde. Gracias. He salido a la calle y el As ya estaba cerrado. De un turismo estaban bajando policías vestido de civil, un par de metralletas apuntando al suelo; las tres calles del cruce estaban siendo tomadas por la policía y vaciándose de gente. Los comerciantes estaban fumando delante de sus negocios, con las persianas a la mitad. [Me ha parecido el momento de volver a casa]

He ido a pie a buscar el bulevar Strasbourg: junto al Pompidou, que estaba desierto, había un par de coches negros, un mercedes y no sé el otro, aparcados en la zona peatonal. En una de las esquinas antes de llegar a casa, había tres secretas con la cremallera del plumas subida hasta la garganta. Me he comprado mi cuaderno azul unióneuropea, que para eso va a servir. He recogido a Luca, nos hemos comprado tres pains au chocolat y leche fresca. Acaba de llegar su madre. Vamos a bajar al jardín.

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Corrección a un artículo de ‘El Mundo’

El diario El Mundo publica hoy un artículo del académico Javier Jordán al hilo del atentado del miércoles en París contra la redacción de Charlie Hebdo, en el que murieron doce personas fueron asesinadas. El artículo se pregunta si ¿Podría pasar suceder en España?, y el autor responde que sí. Independientemente del argumento, el artículo contiene un error fáctico importante.

«En la mayoría de los casos [de actividad de yihadistas en España] éstos desarrollaban labores de carácter logístico, pero en al menos dos -atentados del 11-M y complot contra el metro de Barcelona en 1998- hubo intención probada de atacar nuestro país.»

El supuesto complot para atentar contra el metro de Barcelona se produjo en enero de 2008, y no en 1998. Pero eso es un lapsus, no el error material al que me refiero.

El error fáctico es que, en ese supuesto complot, nunca se ha probado intención de nada. Los 11 acusados del Raval están condenados, únicamente, por pertenencia a banda terrorista. El Tribunal Supremo rechazó el delito de tenencia de explosivos –18 gramos de pólvora extraída de 4 bengalas infantiles– al que habían sido condenados dos de los acusados por parte de la Audiencia Nacional, [que ya los había absuelto de «conspiración» para atentar.]

Del complot de Barcelona, en verdad, nunca se ha probado nada más allá de lo que la sentencia de la AN declaró probado: “El tribunal llega a la conclusión de aceptar como probado que los hechos se desarrollaron en la forma en que este testigo relata”. El testigo ha resultado ser un falso testigo, como muestra esta investigación publicada en Mediapart e Infolibre en mayo de 2014, y falso su testimonio. «Un falso testigo para 11 condenas de verdad», tituló Mediapart la versión en francés.

Yo ya entiendo que los periódicos prefieran una mentira oficial, tal y como están las cosas, a la verdad de los hechos, pero ya puestos deberían al menos respetar las formalidades.

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París: la onda expansiva

Yo, de lo que leí ayer, me quedaría con una frase del artículo de Jenkins en The Guardian: el terrorismo es un tipo de arma, no una ideología. Es una técnica, no una causa.

Sirve para dejar de lado mucha basura supuestamente moral.

El titular de Marine Le Pen de esta mañana es igualmente revelador, aunque por todo lo contrario: «El miedo está ahí», ha dicho, como saludándolo. Y luego se ha dedicado supuestamente a combatir la ideología que causa el terrorismo, que por supuesto ya ha declarado la «guerra» a Francia. (Francia también está en guerra, sostiene). Digo que la combate supuestamente, porque entre los delirios de los terroristas está creerse que pueden declarar la guerra a un estado, tanto mejor si a uno de los que odian. Le Pen, en ese punto preciso, delira con ellos.

La ideología que representa esta defensora de la libertad de expresión (salvo cuando es ella la caricaturizada: en 2012, denunció a Charlie Hebdo por difamación), es mucho más peligrosa para los franceses, y los que vivimos en Francia, que cualquiera que sea la que representan los terroristas. Por una razón objetiva: el fascismo tiene mucho más respaldo social y electoral, a pesar de lo que insinúa la última novela de Houellebecq.

Que Le Pen vaya a ser la gran beneficiada políticamente del atentado de ayer, como ya insinúan todos los corresponsales (es lo que tiene seguir la actualidad por televisión), dependerá de los franceses y, en parte también, de los que vivimos en Francia. No está escrito que tenga que ser así.

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